*Artículo original en Elsewhere de Endeavor
Untold Stories es una nueva serie global de Endeavor que visibiliza el lado menos contado del camino emprendedor. A través de relatos crudos y en primera persona, fundadores de compañías exitosas comparten los momentos más complejos de sus recorridos: ansiedad, burnout, enfermedad, miedo al fracaso y decisiones imposibles. Porque detrás de cada empresa que escala, hay historias que casi nadie se anima a contar. Y hablar de eso también es parte de emprender.
Por Paulo Veras – Cofundador y exCEO de 99
En el mundo del emprendimiento —y en la vida— aprendí que, a veces, el acto más valiente es soltar.
Fundé mi primera startup exitosa a los 39 años, después de haber intentado cinco veces antes. Y aunque llegar a la cima suena heroico, fue tocando fondo cuando más aprendí.
Recuerdo muchos momentos en los que sentí que no había salida. Y es justo ahí, cuando ya no queda nada más que perder, donde uno encuentra una forma de seguir.
Hay una escena en una vieja película de alpinismo, Vertical Limit, en la que un padre le pide a su hijo que corte la cuerda de la que cuelgan para salvarse él y su hermana. El hijo corta la cuerda. Sobreviven. Y el padre se sacrifica.
Como emprendedor, enfrenté muchas veces dilemas así. En mi quinta startup, Imperdível (un sitio tipo Groupon), seis meses después del lanzamiento, ya sabía que el modelo de negocio no funcionaba. Había invertido casi todos mis ahorros y hasta había pedido plata prestada a mi papá. Teníamos 100 empleados y facturábamos millones al mes. Pero la experiencia de cliente y la calidad de los socios estaban fuera de nuestro control. No había forma de salvarlo.
Volví a casa y lloré en la ducha.
Lloré con una mezcla de frustración, decepción y culpa.
Sentía que había defraudado a todos: mi familia, mis socios, mi equipo. Cuando les propuse cerrar la empresa, se negaron. Pero yo ya no podía seguir: sin fe, sin rumbo, sin esperanza. Decidí cortar la cuerda, vender mi parte y empezar de nuevo.
Ahí estaba: 39 años, dos hijas chicas, poca plata, y una hoja en blanco.
Mi esposa se ofreció a sostener el hogar mientras me recuperaba. Reunir el coraje para volver a empezar me obligó a entender algo: fracasó el negocio, no yo. Y no tenía tiempo de quedarme atrapado en el “qué hubiera pasado si…”. Había que avanzar.
La inspiración apareció en 2012, mentorando a dos emprendedores, Ariel Lambrecht y Renato Freitas. Estaban presentando un proyecto sin mucho potencial, pero vi algo en ellos. Hicimos brainstorming y de ahí surgió 99, una app de movilidad que, con el tiempo, se convertiría en el primer unicornio brasileño.
Lanzamos en agosto de ese año. Al principio fue lento, pero después el crecimiento explotó. Al cabo de un año, el 25% de los taxis de São Paulo estaban en la app. Llegamos a crecer 50% por mes. No tenía sentido ponernos objetivos, porque solo íbamos a limitarnos. Lo importante era sostener el ritmo.
En 2015 cerramos una gran ronda y ya teníamos con qué competir contra Uber, que había llegado en 2014. Fue un año extraordinario: pasamos de tener un tercio del mercado a dos tercios. Alcanzamos el millón de viajes. Todo iba bien.
Hasta que una amenaza lo puso todo en jaque.
No puedo entrar en detalles por un acuerdo legal, pero fue un golpe financiero grave, inesperado y desleal. Si no lo resolvíamos, no íbamos a poder levantar capital por años. Por primera vez en mi vida tenía una empresa sólida. Y aun así, todo podía terminar por culpa de una mala jugada. La rabia me consumía.
Deseé cosas horribles. Me carcomía la bronca. Me quitaba el sueño. Me desbordaba. Nunca antes había sentido algo así.
Y entonces, el cuerpo me frenó.
En agosto de 2015, en un control médico, me diagnosticaron leucemia.
Otra vez colgando del borde. Otra vez con una cuerda a punto de romperse.
La rabia pesaba demasiado. Y entendí que tenía que soltar. Si no soltaba eso, todo —mi salud, mi negocio, mi vida— podía terminar.
Desde el hospital seguí liderando. Cerramos nuestra Serie B mientras yo estaba internado. Tenía reuniones por Skype con el equipo. Mis cofundadores venían a visitarme. Seguíamos.
Hoy creo que la enfermedad fue una manifestación física de todo lo que venía acumulando. Como dice mi esposa: “la bronca da cáncer”. Y puede que tenga razón.
Finalmente, logramos regulaciones clave, ampliamos la oferta a autos privados, y nos convertimos en la única app en Brasil con una propuesta completa de movilidad. En 2017, cerramos la ronda de venture capital más grande del país, con inversión de DiDi y SoftBank. En 2018, vendimos 99 a DiDi: así nació el primer unicornio brasileño.
Hoy sé que el mayor acto de resiliencia no siempre es resistir. A veces, es soltar.
Soltar la rabia.
Soltar un proyecto que ya no da más.
Soltar el control.
Soltar el miedo a empezar de nuevo.
Y recordar que mañana siempre es otro día.
Paulo