Juan Carlos Rabbat, fundador y presidente de Universidad Siglo 21, lleva más de cinco décadas desafiando límites. Lo hizo cuando apostó por un modelo educativo distinto, en una época en que la educación privada aún no era moneda corriente. Transformó la enseñanza superior con una propuesta innovadora que permitió a miles de personas estudiar desde el lugar donde estuvieran.
En este nuevo episodio de Mindset Emprendedor Rabbat comparte su historia, marcada por la pasión por educar, el liderazgo y una visión que redefinió el acceso al conocimiento en Argentina y la región.
De las aulas al liderazgo
Antes de fundar una de las universidades más elegidas del país, Juan Carlos descubrió su pasión por la educación casi por casualidad. De adolescente, empezó dando clases particulares y pronto entendió algo que marcaría su vida: enseñar transforma tanto al que aprende como al que enseña.
Ese vínculo con los estudiantes se convirtió en motor. Junto a su primera esposa y un socio, fundó una academia de ingreso a la universidad que llegó a tener miles de alumnos. Cuando el contexto cambió y las reglas del sistema educativo se modificaron, en lugar de rendirse, decidió reinventarse. Ese impulso lo llevó a crear Universidad Siglo 21, una institución pensada desde una idea tan simple como revolucionaria: poner al alumno en el centro.
“Para nosotros lo más importante no eran los docentes, ni los edificios, ni los programas. Lo más importante era el alumno, y todo el sistema debía contribuir a que ese alumno, al formarse técnicamente, se empoderara.”
Con esa premisa, Rabbat y su equipo apostaron a un modelo educativo diferente, que combinaba excelencia académica, tecnología y cercanía. Tres décadas después, los resultados hablan por sí solos: más de 90.000 alumnos cursando y más de 100.000 egresados en todo el país.
Innovar para incluir
En 2007, cuando Internet todavía era una promesa y la educación online una rareza, Rabbat decidió dar un nuevo salto: crear la educación distribuida. El modelo, pionero en Argentina, permitió que miles de personas pudieran estudiar sin importar dónde vivieran, combinando centros de apoyo en todo el país con clases virtuales.
Esa decisión transformó para siempre el acceso a la educación superior. La universidad llegó a provincias, pueblos y hogares donde antes estudiar era imposible. “La educación pública había sido inclusiva, pero solo para la clase media —explica Rabbat—. Con la educación distribuida, sumamos a quienes estaban fuera del sistema.”
El impacto fue profundo: miles de personas encontraron una segunda oportunidad de formarse y mejorar su calidad de vida. Y la universidad, lejos de quedarse quieta, siguió creciendo con la incorporación de nuevas tecnologías y alianzas internacionales.
Hoy, a sus más de 70 años, Rabbat sigue trabajando con la misma pasión de siempre. Habla de la educación como motor de transformación, del trabajo como fuente de dignidad y de la felicidad como un equilibrio entre propósito y familia. Su legado trasciende los muros de la universidad: es una historia de visión, coraje y compromiso con el país.
“La felicidad es muy sencilla: levantarte con ganas de ir a trabajar y terminar el día con ganas de volver a casa.”